El cazador de libros prohibidos by Fabio Delizzos

El cazador de libros prohibidos by Fabio Delizzos

autor:Fabio Delizzos [Delizzos, Fabio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2017-05-15T00:00:00+00:00


Capítulo 42

Roma hervía, fermentando con el calor. Incluso cuando no se oía el clamor y el griterío de los alborotadores, se podía sentir la tensión en el aire, una agitación malsana. Algo oscuro. Una sensación que contrastaba con el deslumbrante sol de aquellos días.

Leccacorvo no estaba tranquilo. Con el pretexto de buscar un poco de aire fresco, había exigido entrar en el Panteón para hablar, dejando a sus guardias fuera. Así que ahora él y Raphael se encontraban bajo la inmensa cúpula, en la iglesia más antigua del mundo, donde, a esa hora y en esa estación, la luz que penetraba por el óculo de cielo azul creaba una especie de rosquilla de penumbra alrededor.

—¿Tienes novedades? —preguntó el alguacil.

Con una respuesta articulada y exhaustiva, Raphael lo informó de lo que había descubierto en las últimas horas.

—Por eso —concluyó—, quiero entrar en casa de Francesco Pinelli.

—Tienes mi permiso —asintió Leccacorvo, lleno de admiración—. Entonces has podido darles una identidad a las otras tres víctimas del Ángel de la Muerte: los dos hermanos De’ Madi y el banquero.

—Por desgracia, sí.

—Muy bien, messer Dardo, muy bien. Por ahora no se lo vamos a decir a nadie, ni siquiera al camarlengo.

—Estoy de acuerdo.

—Y en el convento de los dominicos… ¿surgió algo interesante?

—La mañana que salí de la cárcel, el hermano Arquez recibió la noticia oficial de la muerte del papa. Sabiendo que por fin podría volver a la sede del Sagrado Tribunal, se dirigió allí para recuperar las actas de su última inquisición, en las que se menciona el libro que buscamos. Pero alguien lo siguió y lo mató para llevárselas.

Leccacorvo reaccionó con una sonrisa inapropiada. Pero no pudo ocultar su satisfacción.

—Yo —dijo— sé quién es ese alguien.

—¿De verdad?

—El cardenal sobrino, don Carlo Carafa. Le ordenó a su capitán, un tal Vico de Nobili, que mandara matar al fraile inquisidor para robarle el libro. Pero vi con mis propios ojos que el capitán De Nobili solo le entregó un paquete de papeles envueltos en una piel de ante. Y lo oí quejarse de que ni siquiera estaba el libro que quería. Dijo que lo quería a toda costa. Para mí, el Ángel de la Muerte es un asesino a sueldo.

—Tal vez —reflexionó Raphael, asombrado—. ¿Cómo ha…?

—Lo seguí hasta una taberna y escuché a escondidas la conversación entre él y De Nobili.

—Enhorabuena, messer alguacil.

—Ya está todo resuelto.

—Incluso suponiendo que el Ángel de la Muerte sea Carlo Carafa, aún tenemos que encontrar el libro.

—Eso es verdad.

—Y no le ocultaré que me gustaría presenciar una aparición de ángeles.

—A mí también.

—Por lo tanto, engañarnos pensando que el asesino, o el instigador, es don Carlo no nos ayuda en nada. Porque puede que no lo sea. Lo único que sabemos por ahora es que mandó matar a Arquez y se apoderó de las actas del juicio. Pero también sabemos que aún no tiene el libro en sus manos.

—A usted, messer Dardo, le encantan, ¿verdad? Me refiero a los libros.

—Leo menos de lo que me gustaría. Pero tuve la suerte



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